Inútiles y sin sentido serían las palabras sobre este tema, que ya ha dejado varios corazones con agujeritos.
De todo el resplandor que irradiaba cada noche sobre el escenario, entre las mesas llenas de mujeres que aullaban su nombre y estiraban sus manos con tal de sentir la suavidad de su aterciopelada piel, a la vertiginosa decadencia debida quizás al desgano, al desengaño, al encontrarse solo cada mañana al despertar, acompañado solamente por un puñado de verdes billetes dejados por la afortunada mejor postor de la noche anterior.
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